Elecciones en Estados Unidos

Se aproximan tiempos decisivos en las relaciones entre los dos países.

Habida cuenta de la especial relación histórica (económica, comercial, política, geoestratégica) que mantiene nuestro país con Estados Unidos, las elecciones en esta nación revisten la mayor importancia para México.

El escenario para los comicios presidenciales en el vecino del norte –que tendrán lugar en noviembre próximo– ha quedado definido con las nominaciones de la candidata demócrata Hillary Clinton por un lado y del republicano Donald Trump por el otro.

Hillary es un “animal político” puro. Algunos analistas consideran que su campaña presidencial comenzó técnicamente hace más de cincuenta años, en el momento mismo en que ganó una representación estudiantil. Es poseedora de una sólida formación académica, con estudios en ciencia política y derecho en la prestigiada Universidad de Yale, donde conoció a su esposo Bill. Activista, investigadora, primera dama de Arkansas, primera dama de los Estados Unidos, precandidata demócrata a la Presidencia en 2008, senadora, Secretaria de Estado… Hillary lo ha tenido todo: sólo le falta entrar por la puerta grande a la Casa Blanca.

Donald Trump, por su parte, es un magnate multimillonario, un showman, un verdadero mago de la política como espectáculo, que ha cautivado a un importante sector de la sociedad estadunidense apelando a los sentimientos más retrógrados: la xenofobia y el nacionalismo ramplón (su slogan es Make America Great Again, “Hagamos a Estados Unidos grande otra vez”).

Trump representa un riesgo real para México a partir de sus propuestas de luchar contra la inmigración ilegal, para lo cual promete bloquear las remesas –que el año pasado ascendieron a 24 mil millones de dólares– y utilizarlas para construir un muro en la frontera entre los dos países. “México nos envía a gente que tiene muchos problemas, que trae drogas, crimen, que son violadores”, ha declarado. La obsesión con los mexicanos ha protagonizado su campaña.

Entre los más fervientes simpatizantes de Trump están los perdedores de la globalización: los trabajadores norteamericanos ligados a industrias afectadas por la apertura comercial o cuyas actividades se han relocalizado hacia otros países en busca de mano de obra barata e incentivos fiscales. Una de esas ramas es la automotriz. El magnate busca movilizar a estos votantes con su promesa de cancelar el Tratado de Libre Comercio (TLC).

Esto último sería desastroso para México, ya que podría generar una caída de 4.9% del Producto Interno Bruto (PIB) durante el primer año, además de provocar la desaparición de cientos de miles de empleos de calidad en la zona que mejor funciona en la economía mexicana, la más productiva y competitiva, la más intensiva en tecnología: aquella ligada precisamente al TLC.

México perdería muchísimo, pero también lo haría nuestro vecino del norte. De acuerdo con Moody´s, la cancelación del Tratado eliminaría 4 millones de fuentes de empleo en EU y provocaría una profunda inestabilidad en los mercados bursátiles. No podría ser de otra manera, si se toma en cuenta que el comercio entre ambas naciones alcanza los 531 mil millones de dólares (2015).

Sin embargo, una cosa son las declaraciones delirantes del multimillonario y otra lo que legalmente puede hacer. Efectivamente, de acuerdo con el artículo 2205 del TLC, es factible abandonar el mismo; pero la cancelación del Tratado requeriría la aprobación de las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos lo cual representa una enorme complejidad política, además de que las empresas estadunidenses dependientes del comercio mexicano “arrastrarían al gobierno a la Corte al siguiente día”, según la cadena de noticias CNN.

Trump es un peligro para México, donde nos ha ido mejor con las administraciones demócratas, por lo cual resultaría más conveniente el arribo a la presidencia de Hillary Clinton, cosa que no parece tan sencilla. Es cierto que la demócrata tiene 51% de la intención de voto, contra 42% de Trump; pero las preferencias pueden moverse al calor de las ya iniciadas campañas políticas, donde los recursos retóricos de Trump –un gran demagogo– parecen interminables.

Uno de los activos de Hillary está en el voto latino, dado que cuenta con 67% de las preferencias en ese sector. En esta elección los latinos sí pueden marcar una diferencia real, lo que representa una magnífica noticia dentro de las malas. Sus pasivos: su imagen de persona ambiciosa, calculadora y deshonesta, que los publicistas demócratas están intentando modificar para proyectarla como una mujer sensible, humana, cercana a las preocupaciones del norteamericano de a pie, tolerante y luchadora incansable por los derechos de las minorías.

A pesar de los constantes insultos de Trump dirigidos a México y los mexicanos, el gobierno del Presidente Peña Nieto ha mantenido una actitud muy cautelosa y ha evitado pronunciarse, temiendo que el republicano pueda ser el próximo mandatario de los EU. Esta cuestionable posición ha dejado abierta la posibilidad de continuar denostando a nuestro país, mientras que tampoco se han producido reacciones de los líderes políticos y de los partidos, demasiado ocupados en la lucha por el poder y el presupuesto.

Se aproximan, sin duda, tiempos complicados que serán decisivos para el futuro de las relaciones entre los dos países. Estaremos pendientes.