Después de las elecciones, ¿qué sigue?

La sociedad mexicana ya cambió, entonces la política tiene que cambiar.

Cuando esta colaboración salga a la luz, tendremos ya una idea aproximada de quiénes resultaron ganadores en los comicios del Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz.

Los partidos saldrán a reclamar el triunfo de sus candidatos con base en encuestas de salida y la tendencia de los sistemas de conteo de los institutos electorales locales.

junio-5Es altamente probable que asistamos a la judialización del proceso en el Estado de México debido, fundamentalmente, a la intervención del gobierno del Presidente Peña Nieto, que volcó todo el aparato para evitar una derrota no sólo política, sino también moral para el PRI y el llamado Grupo Atlacomulco, de consecuencias impredecibles para la elección de 2018. El espacio público estuvo saturado por la oferta política de los candidatos, millones de spots, “campañas negras”, videos amarillistas que documentan la falta de transparencia de la partidocracia, prevaleció el dispendio en el marco de un sistema empecinado en darle cada vez más dinero a la partidocracia.

El panorama es desalentador, porque si algo demostraron los actores políticos este 2017, es precisamente su abierta resistencia a cualquier propósito de renovación. Este 4 de junio concluirá un ciclo ya conocido en todas las contiendas estatales y federales que no nos dejará un mejor andamiaje democrático; todo lo contrario, contribuirá a polarizar el ambiente político y pondrá en evidencia nuestra débil institucionalidad para regular por medios civilizados la lucha por el poder.

Decía Norberto Bobbio que la democracia no ha cumplido algunas de sus promesas más sentidas: en el caso mexicano el desarrollo económico incluyente, la seguridad, la cohesión social. Esto es cierto, deberíamos cuestionar sus resultados, pero no sus principios, sus reglas y valores. El abandono de estos ha conducido a la partidocracia a la descomposición.

La representación democrática ha perdido atractivo para el ciudadano. Prevalece una sensación de desamparo, incertidumbre, irritación, que lleva a la gente a desconfiar profundamente de las instituciones, a refugiarse en la vida privada, a hacer de las redes sociales el eje del debate político, trivializando y empobreciendo el análisis de la realidad.

Los ciudadanos hemos sido expulsados del espacio público por la partidocracia, la cual sólo nos convoca cuando hay que acudir a las urnas.

Dice el politólogo Emilio Lezama, en un interesante artículo publicado esta semana en el periódico El País, que “en México la democracia representativa funciona a la inversa: en lugar de permitir a los ciudadanos canalizar sus intereses a través de los políticos, sirve para que los políticos usen al electorado para mover sus intereses personales”. Coincido plenamente con Lezama: las recientes campañas muestran que en México no hay evolución política; “gane quien gane, no será la ciudadanía… La desgracia de México es que sus políticos son los peores enemigos del desarrollo democrático”.

Ayer, domingo, comenzó la carrera por el 2018, y lo que vimos en las cuatro entidades, principalmente el Estado de México, deja pocas esperanzas para lo que sigue. Los partidos seguirán enfrascados en una cruenta lucha por el poder sin importarles el estado de la nación: pobreza masiva, descomposición del tejido social, inseguridad rampante, deterioro de la paz social. Ya tenemos demasiados datos, hemos sobrediagnosticado al país; faltan políticas públicas, liderazgos responsables y comprometidos con la sociedad, con la democracia, con la renovación moral de la política.

El modelo de desarrollo está agotado. En la parte económica, ha generado demasiados perdedores, muy pocos ganadores. En la parte política, un empoderamiento atroz de la partidocracia, convertida en dueña de los presupuestos y las instituciones, mientras se niega a la gente el ejercicio de una ciudadanía cabal.

Se requiere, sí, un cambio estructural de fondo, pero desde la base de lo racional y posible, no desde la demagogia y el populismo. La gran amenaza para México es que se aproveche el razonable mal humor social, la indignación contra gobiernos ineptos y sin imaginación, para darle un golpe de Estado institucional a la democracia con base a una propuesta simplona y sin futuro. El populismo en Venezuela, sinónimo de autoritarismo y desastre, hagamos memoria, llegó por la vía electoral debido al hartazgo social hacia los partidos tradicionales.

La sociedad mexicana ya cambió, entonces la política tiene que cambiar. El 2018 será para el líder que abra la ventana a lo nuevo, capaz de emocionar a los ciudadanos por su inteligencia y credibilidad, por su responsabilidad y, sobre todo, por su profunda congruencia con los valores de la democracia.

¿Quién se apunta?