Repentinamente nuestra vida cotidiana se vio alterada por un pequeño microorganismo que mide la milésima parte de un cabello humano y que es 10 veces más mortal que el virus de la influenza AH1N1.

La pandemia de Covid-19 ha colapsado la economía, ha puesto en tensión a los países y a sus sociedades.

El día de hoy me quisiera enfocar en el análisis de algunos estudios de opinión que recogen el sentir social acerca de la pandemia y, a partir de ello, abordar algunas reflexiones.

Una encuesta realizada vía dispositivos móviles inteligentes por Consulta Mitofsky, entre el 15 y el 17 de mayo, revela que 75% de los mexicanos tienen miedo de que ellos o sus familiares se contagien de Covid-19.

La sociedad está estresada y, en un cierto sentido, desorientada. Se enfrenta a corrientes de información confrontadas entre sí. Por un lado, está el gobierno federal con una narrativa que pretende convencer de la eficacia de su estrategia, con argumentos como “hemos aplanado la curva”, “estamos domando esta pandemia”, “ya se ve la luz al final del túnel”, etc.

Estos elementos retóricos, en voz del Presidente López Obrador y del Subsecretario López Gatell, generan confusión y muestran su debilidad cuando se emiten en el momento mismo en que se ha declarado que estamos en medio del pico máximo de contagios y que el mismo se extenderá todavía por varias semanas más.

Como parte del intento por exhibir que las acciones implementadas han sido las adecuadas y que se han logrado los resultados esperados, el gobierno federal ha anunciado un calendario de reapertura de actividades, el cual ha quedado sujeto al criterio de las autoridades locales, quienes decidirán los tiempos y las modalidades para el retorno a la “nueva normalidad”.

Una manera sutil del gobierno de la 4T de deslindarse de eventuales rebrotes de la pandemia bajo el disfraz del “respeto al pacto federalista”.

Pero no solo eso. De los 323 municipios que el gobierno ha catalogado como listos para reanudar actividades, denominados “municipios de la esperanza”, en los cuales no se ha detectado un solo contagio, en 217 de ellos no se ha realizado una sola prueba diagnóstica de Covid-19.

¿Cómo se puede estar seguro, entonces, de que no existe ahí riesgo de contagio? Además, muchos son municipios rurales e indígenas, con altos niveles de pobreza, carentes de drenaje, agua potable y servicios de salud. Si el virus llega a ellos podría provocar un efecto devastador.

Estamos, entonces, frente a una apertura sin base científica, caótica, permeada por cálculos políticos y cargada de un alto riesgo para la salud; todo, en aras de enviar el mensaje de que el gobierno federal tiene el control y que pandemia va en retroceso. Por el mismo rumbo estamos en otros niveles de gobierno.

Frente a esto, la mayor parte de la sociedad, de acuerdo con la citada encuesta de Mitofsky, prefiere que el reinicio de actividades sea paulatino (62%).

En otro punto, si estamos de acuerdo en que el éxito o fracaso de la estrategia debería medirse por el número de fallecimientos por COVID-19, entonces el gobierno mexicano sale muy mal evaluado porque tenemos ya más de 6 mil muertos y el número sigue en ascenso.

¿Cuántos de estos mexicanos pudieron haber sobrevivido si el gobierno hubiera invertido oportunamente en camas, respiradores, personal médico, como afirmaron que lo habían hecho desde el arranque de este año?

Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, a partir de una revisión de las actas de defunción en la CDMX, revela que entre el 17 de marzo y el 12 de mayo se ubicaron 4,577 actas que señalan como causa de muerte Covid-19, coronavirus, SARS CoV-2 o alguna similar, lo que contrasta con los decesos ligados a la pandemia contabilizados por la autoridad capitalina: tan solo 937.

La duda se ha instalado ya no solo entre medios y especialistas, sino también en un gran número de mexicanos: 4 de cada 10 no creen en las cifras sobre contagiados y muertos que brinda el gobierno; 48% desaprueban la forma en que AMLO ha manejado la crisis del Covid-19.

62% de los mexicanos tienen miedo de morir, lo que indica que una parte muy importante de la población no se siente protegida por su gobierno y sus instituciones. Y de esto, al descontento social, la volatilidad partidista y el sufragio de castigo, hay solo un paso.

La pandemia ha abierto paso a una batalla mediática entre el gobierno y sus críticos y opositores, donde aún no queda claro quién ganará. Ojalá ganen los ciudadanos, porque es su salud y su vida lo que está en juego.