Las clases medias han sido el motor de grandes transformaciones. Su nivel de escolaridad, su interés en el espacio público y participación política y social, el amplio acceso del que disponen a la tecnología y las redes sociales, su poder de compra, son factores que convierten a este grupo social en pilar de la prosperidad económica y de los sistemas democráticos en todo el mundo.

Hoy, esas clases medias están en franco retroceso en prácticamente todos los países, con excepción de los escandinavos, caracterizados por poseer los índices de desarrollo humano más elevados del planeta. 047_INFOGRAFIA_El dilema de las copy

La presente reflexión surge de la lectura de un informe elaborado por un destacado equipo de investigadores de la Universidad Iberoamericana, denominado “México: país de pobres y no de clases medias”. Las conclusiones del estudio son contundentes: a) en el último medio siglo, y a pesar de la existencia de una amplia red de programas sociales, los niveles de pobreza y vulnerabilidad de la población se han mantenido prácticamente iguales; b) la población en pobreza supera 2.3 veces a la población considerada clase media; c) este sector ha permanecido sin movimiento en México de 2010 a la fecha, estancadas en un 27% aproximadamente.

Esto contrasta notablemente con el tamaño de la clase media en países de la región, como Uruguay (62%), Argentina (53%) y Chile (49%) y no digamos con los países escandinavos donde este grupo social representa hasta el 80% de la población total. ¿Cuál ha sido la base del éxito de estos países?

La respuesta está en un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) “Legado familiar, ¿rompemos moldes o repetimos patrones?” de Suzanne Duryea Marcos publicado en 2017: empleo formal de los miembros del hogar, cotización a la seguridad social, adultos mayores con acceso a pensiones contributivas, adultos con educación universitaria, alta participación laboral de las mujeres adultas, tamaño del núcleo familiar de menos de tres integrantes.

Son condiciones de las que, precisamente, carecemos en México. Por el contrario, tenemos rezagos muy importantes: casi el 60% de la población ocupada está en la informalidad lo que significa que no cotiza para ningún sistema de seguridad social y carece de prestaciones laborales, lógico no paga impuestos, lo que merma la capacidad fiscal del Estado para la prestación de servicios básicos como seguridad pública, infraestructura, educación, etc.; la mitad de la población mexicana -62 millones de personas- tiene un ingreso inferior a la línea de bienestar, es decir no le alcanza para adquirir los bienes indispensables para tener un nivel de vida digno.

Más datos: 19 millones de mexicanos carece de acceso a servicios de salud, esto a pesar del Seguro Popular que ha venido a saturar hospitales públicos que carecen de médicos, camas, quirófanos y medicamentos para atender la demanda; 21 millones de personas mayores de 15 años tienen rezago educativo, es decir no han concluido la primaria o la secundaria lo que les cierra el acceso a un trabajo formal y los condena a una baja productividad.

Y más datos: 25 millones tienen carencia por acceso a alimentación, se trata de personas malnutridas que no contarán con las capacidades cognitivas y el desarrollo físico necesarios para tener un buen desempeño social y laboral. Si a esto sumamos la mala calidad de la educación pública que se imparte en México, entenderemos por qué el elevador social se encuentra descompuesto y no permite llevar a más mexicanos de los pisos más bajos de ingreso a los pisos más altos donde hay prosperidad económica, ciudadanía plena y ejercicio de derechos sociales.

Necesitamos producir más clase media. Ello exige una visión estratégica, reformas a la seguridad social, al sistema educativo, al régimen fiscal, a la política social, a la normatividad laboral. La atención a la clase media deberá de ser una prioridad del próximo gobierno federal.