Intuyo en el ambiente un deseo ferviente de que se acabe ya este fatídico 2020, como si el solo tránsito a un nuevo año garantizara dejar atrás, de manera automática, los complejos retos que hemos enfrentado. Los escenarios para 2021, sin embargo, aunque esperanzadores debido a la creciente liberación de vacunas contra el SARS-Cov-2, seguirá lleno de nubarrones.

El tamaño de la población a inmunizar a nivel mundial, es de tal magnitud, que exigirá recursos económicos y capacidades logísticas inimaginables. Por estas razones, la aplicación de las vacunas se concentrará en esta primera fase en un grupo relativamente reducido de países.

Sin embargo, es obligación ética y política de la comunidad internacional, y particularmente de los países más ricos, garantizar que la inmunización llegue a todas las naciones y a todos los sectores de la población.

El derecho a la salud, y en este caso a ser vacunado contra el Covid-19, deberá ser considerado como un derecho humano universal, y hacerlo efectivo, será objeto del mayor debate el año próximo y se convertirá en el eje rector de las prioridades de política pública a nivel local y global.

El derecho a tener acceso a una vacuna generará, de igual forma, enormes tensiones políticas y sociales y pondrá a prueba la eficacia y visión de los Estados y la gobernanza de las instituciones.

Cumplir con este objetivo tan complicado y de vital importancia para la vida de millones de personas, involucra no solo los esfuerzos de los gobiernos, sino también la responsabilidad social y los valores de solidaridad de las grandes corporaciones globales.

El descubrimiento de vacunas a partir de ARN mensajero ha significado una verdadera revolución en el mundo de la medicina. El principio de la vacuna de ARN se hizo en días en un laboratorio que solo necesitó descargar el genoma del virus por ordenador (sin tener ni una molécula del patógeno en sus laboratorios), lo que habla del extraordinario nivel de avance de la ciencia.

En un primer plano de responsabilidad social, se encuentran los propios gigantes de la industria farmacéutica que están detrás de las vacunas contra el Covid-19 (Novartis, Roche, Pfizer/BioNTech, AstraZeneca, Johnson & Johnson, Moderna Inc., CanSino Biologics, esta última de origen chino).

Si bien estas empresas han invertido miles de millones de dólares en investigación y desarrollo, y tienen el legítimo derecho a obtener una ganancia que recompense su inversión y esfuerzo (así funciona el capitalismo), también están obligadas a asumir que el mundo vive una situación sanitaria de extrema gravedad que ya le ha costado la vida a un millón 800 mil seres humanos.

Tan solo un par de datos: los avances médicos han sido responsables, en gran parte, de que hoy podamos vivir vidas más largas y saludables. A nivel mundial, la esperanza de vida pasó de 48 a 73 años entre 1950 y 2019. Tan solo desde 2000, aumentó siete años en todo el mundo y 10 años en África (de 53 a 63 años). ¡Entendamos el valor humano de la ciencia médica!

Aunque las vacunas parecen relativamente baratas (3.50 dólares la de AstraZeneca; 19 la de Pfizer; 35 la de Moderna) la escala social a la que tendrán que ser aplicadas, cientos o miles de millones de personas, implican presupuestos que muchas veces superan las posibilidades de gobiernos ya castigados por la severidad de la crisis.

Es momento que la lógica implacable del mercado se subordine a las prioridades sociales. Es hora de que las grandes empresas se comporten como verdaderos ciudadanos corporativos.

En un segundo plano, está el papel que pueden jugar las grandes corporaciones globales (Microsoft, Alphabet -Google-, Amazon, Facebook, Exxon Mobil, Johnson & Johnson, General Electric, etc.) que cuentan con recursos de sobra para invertir en la compra masiva de vacunas y garantizar que lleguen a todos, como un derecho universal.

Microsoft, a través de la Fundación Bill & Melinda Gates, ha puesto el ejemplo con la enorme cantidad de recursos que ha invertido para la erradicación de la polio y con los 250 millones de dólares que ha donado, recientemente, para distribuir vacunas contra el SARS-Cov-2 en África subsahariana, la región más pobre del mundo, y Asia meridional. Sin embargo, todavía es poco, hace falta un esfuerzo más allá. Hay mucho dinero disponible y poca inversión social.

Recordemos que las grandes empresas trasnacionales están adheridas al Global Compact (Pacto Global) de las Naciones Unidas que las compromete a contribuir, activamente, en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sustentable, principalmente en el Objetivo 3 que llama a garantizar una vida sana a todos.

Es la hora de la solidaridad, y el papel de las empresas privadas puede ser fundamental para que podamos superar este tiempo de enorme incertidumbre.

Un fuerte abrazo a todos mis queridos lectores con motivo del Año Nuevo y, a cuidarse, por favor.