El impacto de la pandemia del covid-19 ha sido significativo en todos los países, pero con efectos diferenciados por sectores poblacionales y económicos. Como siempre, los más empobrecidos y marginados han sido los más afectados. Día a día crecen las preocupaciones por el efecto desigual de la crisis sanitaria entre países y al interior de los mismos, lo cual dejó al desnudo un modelo de desarrollo que ya no es funcional y que está lejos de promover la justicia social.

Además de ello, está claro que la recuperación también será desigual, dependiendo de los avances en los programas nacionales de vacunación y de las condiciones específicas de cada caso.

En algunos grupos poblacionales ya se vislumbran consecuencias de gran trascendencia, como es el caso de los niños.

Por su corta edad, un año de pandemia es un costo inmenso y difícil de dimensionar, pues impactaron las consecuencias en las restricciones de su vida llevada al confinamiento en el hogar, la escasa interacción con otros niños, los cambios y ajustes en la vida familiar repercutieron en ajustes de hábitos, y esto tuvo consecuencias en su desarrollo emocional, psicosocial y mental.

A ello hay que añadir las limitaciones en diferentes aspectos, como el cambio de modelo de educación de presencial a distancia, que repercute en una baja en el nivel de adquisición de conocimientos en áreas básicas. Esto ha provocado que personajes como el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, diga que estamos ante una “catástrofe generacional”.

En México, la encuesta elaborada por el INEGI sobre el Impacto del covid-19 en la educación, concluye que entre los ciclos escolares 2019-2020 y 2020-2021, han desertado 5.2 millones de niños y jóvenes del sistema educativo. ¡15% de la matrícula nacional!

Estamos hablando de un doble efecto inaceptable: al no tener acceso a la educación, este grupo de niños verá seriamente limitada sus oportunidades futuras, y como país estaremos perdiendo importantes y necesarias capacidades productivas.

A ello habría que agregarle las consecuencias de que más de 10 millones de familias han pasado a la pobreza, y sus efectos inevitables en los niños en materia de alimentación, salud y educación. También debemos considerar que las condiciones de desarrollo de los niños se han visto severamente afectadas en los casos de los cientos de miles de padres de familia que han perdido sus empleos.

Estamos frente a un escenario muy delicado, que además de doloroso, compromete el futuro social y productivo del país. ¡Podemos perder una generación completa!

Por ello considero de la mayor prioridad es proteger a los niños y el futuro del país a través de implementar un programa emergente de Cuidado Infantil Universal. Debemos proteger de manera inmediata a la niñez mexicana frente a los efectos de la crisis sanitaria y económica, y garantizarles condiciones mínimas para su desarrollo. Es un tema de justicia social y generacional prioritario.

Este programa de Cuidado Infantil Universal que debe apoyar a todos los niños que lo requieran, al menos considerar apoyos básicos en materia de alimentación y acceso a la salud para los menores, principalmente a los de la primera infancia (niños entre los 0 y 5 años); becas para estimular el reingreso y permanencia en el sistema educativo; y la implementación de una red de estancias para el cuidado de niños de padres de familia que tienen que trabajar.

La pandemia ya nos ha costado muchas muertes y enfermos. Ha tenido costos importantes para nuestra economía con la pérdida de empleos y el cierre de empresas. Han sido meses de mucho dolor. Pero lo que no podemos permitir es que también nos dañe el futuro y el bienestar de una generación de niños que son nuestra responsabilidad.

Estamos a tiempo de reaccionar. Si no actuamos rápido, de manera contundente y suficiente para defender a nuestros menores, los daños pueden ser irreversibles, y haríamos realidad la anunciada catástrofe generacional. Actuemos ya. Es un asunto de justicia básica y de responsabilidad mayor.